Momotaro, el niño que nació de un durazno

Momotaro

Momotaro

Uno de los cuentos japoneses para niños más famosos que hay es el de Momotaro, un niño nacido de un melocotón o durazno, “momo” en japonés. 

Realmente no es una historia con grandes enseñanzas como ocurre en otros cuentos y leyendas japonesas, como el cuento del ogro rojo que lloró, que nos habla sobre la amistad y los sacrificios. En este caso, Momotaro el único mensaje que podría llegar a tener es el de pagar los favores que se hacen, y saber compartir, fuera de eso, es un cuento dedicado a simplemente hacer volar la imaginación de los niños.

 

Su leyenda

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La leyenda de Momotaro da inicio en una era antigua de Japón, en la cual vivían pacíficamente un matrimonio de ancianos que jamás logró tener hijos. A pesar de ya haber pasado sus mejores años, ambos seguían deseando formar una familia, con un fuerte y sano bebé al que pudieran criar juntos.

Ambos ancianos eran muy trabajadores y, aunque debían comenzar a dejar de lado las tareas más pesadas por su edad, decidían no hacerlo, pues no tenían a alguien que lo hiciera por ellos, ni tenían nada más que hacer durante el día. Por esta razón, el hombre seguía subiendo la montaña cada día para ir a cortar leña, mientras que la mujer se dirigía al río, para lavar la ropa de ella, su esposo y un par de vecinos que le pagaban por ello.

Cierto día, mientras la anciana cumplía con su trabajo en el río, vio desde lo lejos un durazno enorme, el doble de grande que su cabeza, el cual estaba siendo llevado por la corriente, acercándose cada vez más al lugar donde se encontraba la anciana. Al verlo, la anciana se puso muy contenta de solo pensar en comer aquel maravilloso fruto con su esposo. 

Ella esperó pacientemente a que el durazno llegara hasta ella, sabiendo que nadie más iría al río a esa hora. Ya con la fruta en sus brazos y su trabajo terminado, colocó todo su esfuerzo en cargarlo hasta su casa, esperando ansiosa ver el rostro de su amado esposo al ver el gigantesco durazno. 

Una vez en casa, ambos comenzaron a cortar la fruta, hambrientos, pero, se detuvieron al escuchar el llanto de un bebé. Sorprendidos, abrieron con mucho cuidado el durazno, encontrando dentro de sí a un bebé de enérgico y sano. 

El matrimonio aceptó la llegada del niño con mucha felicidad, pensando que debía tratarse de obra de los dioses, quienes habían escuchado al fin sus plegarias. Así nació Momotaro, cuyo nombre se debe a la palabra japonesa “momo”, que significa durazno, y “taro”, que era un nombre común en esa época.

Ambos criaron al niño como si se tratase de su propio hijo biológico, llenando su vida de amor, y asegurándose de que tuviera una buena educación. Momotaro gracias a todo esto creció para convertirse en una buena persona, con muchos conocimientos y una gran habilidad para el combate.

El pequeño niño nacido de la fruta vivió casi toda su vida sin grandes problemas, con el apoyo incondicional de sus padres adoptivos, y todo su amor. Fácilmente pudo haber vivido pacíficamente para siempre si no hubiera sido por los ogros.

Estas criaturas malignas gozaban de ir al pueblo donde Momotaro y sus padres vivían, para robar y asesinar sin piedad. Ante estas atrocidades, los pueblerinos escogieron a las personas con mejores dotes de lucha para ir a enfrentarlos, entre ellos, estaba Momotaro. 

Al inicio, sus padres no estaban nada contentos con esta decisión, no queriendo separarse de Momotaro, sin embargo, sabían que era lo mejor, y que con su talento podría volver sin complicaciones, así que no tuvieron más opción que dejarlo ir a luchar contra aquellas bestias. 

Momotaro, quien nunca había pasado por cosas particularmente malas, era un joven amable, valiente, y responsable, que tenía un gran sentido del deber con su aldea y sus padres, quienes lo acogieron a pesar de su extraño origen. Por esto, él fue gustoso a enfrentarse a los ogros, asegurando que podría hacerlo por sí mismo, para no poner en peligro a otros. 

Así, Momotaro comenzó su camino hacia la isla de los demonios, en donde vivían estos ogros, buscándolos sin descanso. En su camino, se encontró con un perro, quien comenzó a seguirlo luego de que este le ofreciera un poco de su comida, de la misma forma, un mono y un faisán hicieron lo mismo, encantados de poder ayudar a quien les había ofrecido su comida tan amablemente.

Una vez en la isla, Momotaro y sus amigos, el perro, el mono y el faisán, rodearon a los ogros que se encontraban borrachos en ese momento, celebrando por todo lo que habían logrado robar a los demás. Esperaron a que cayeran dormidos para atacarlos, con el perro mordiéndoles, el mono golpeándolos, y el faisán sacándoles los ojos. 

En poco tiempo los ogros comenzaron a rogar misericordia, atemorizados por aquel ataque sorpresa. Momotaro, a pesar de todo lo malo que habían hecho, decidió perdonarlos, con la condición de que regresaran lo robado y se fueran lejos. 

Es así como Momotaro consiguió devolverle la pez y seguridad al pueblo, luchando contra cualquier ser que intentara hacer daño a su aldea, y a quienes vivían allí.

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