Hanasaka Jiisan
Hanasaka Jiisan, conocido también como “El viejo que hacía florecer los árboles” y “el perro y los ancianos”, es otra de las leyendas japonesas que se encargan de enseñar a los más jóvenes sobre los valores y la humildad.
El viejo que hacía florecer los árboles
Seguimos la historia de una pareja de ancianos, sus vecinos, y un perro. Hace mucho tiempo, vivía esta pareja de ancianos en un pueblo bastante pobre, que lograba sobrevivir gracias a sus cultivos.
Un día mientras el esposo trabajaba la tierra, escuchó provenir de la casa de sus vecinos los aullidos de dolor de un pobre perro, por lo que fue a investigar lo que ocurría, sabiendo que sus vecinos no poseían ninguna mascota.
Una vez allí, se encontró a su vecino lastimando al animal callejero por haber robado un trozo de su comida, cosa que hizo sentir una gran pena al anciano, que decidió adoptarlo, para que no volviera a pasar hambre, a pesar de que ellos mismos apenas se sostenían.
Su esposa aceptó al perro, feliz de tener a alguien a quien cuidar, luego de que hubieran pasado tantos años intentando tener hijos en su juventud. El perro, al que llamaron Shiro debido al color blanco de su pelaje, pronto se convirtió en un miembro de la familia, siguiendo al anciano en su trabajo cada día.
Luego de algunas semanas, cuando Shiro ya se había adaptado al lugar, y había aprendido todos los lugares del bosque, en una de sus salidas con su dueño, de pronto comenzó a ladrar cerca de un árbol. Al principio el anciano no le prestó mucha atención, pero, ante su indiferencia, Shiro fue hasta donde su dueño, para poder llevarlo al lugar que intentaba señalar.
Una vez allí, con Shiro aun agitado, comenzó a cavar, sin saber la razón de esto, quedando gratamente sorprendido cuando encontró mucho oro enterrado. El anciano inmediatamente se colocó muy feliz, pues al ver la gran cantidad de oro, solo podía pensar en todas aquellas personas de su aldea que estaban pasando hambre, y que realmente necesitaban de alguna ayuda.
Es así como el anciano, junto a Shiro, recorrieron casa por casa, desconocidos o amigos, para hacerles entrega de su parte del hallazgo, solo por vivir allí.
La codicia
La vida de todos en el pueblo parecía estar mejorando, sin embargo, había dos personas que no estaban para nada felices con lo sucedido, los vecinos de la pareja. Ellos eran tan codiciosos que no les importaba nadie más que ellos mismos, odiando a la pareja, debido a que les parecía un acto presuntuoso el que tuvieran tanto dinero como para regalar.
Muchas veces llegaron a hablar mal de la pareja para colocar a los demás en su contra, sin embargo, esto no servía de nada, ya que todos conocían el carácter de los vecinos, y no estaban dispuestos a relacionarse con personas de ese tipo.
Ya que nada de esto les servía, decidieron pedir prestado al perro para buscar más oro, cosa a la que los ancianos no colocaron ningún pero, ya que el pueblo aún requería de más ingresos. Con lo que no contaba la pareja, debido a que eran muy nobles, era que sus vecinos maltratarían terriblemente al animal, obligándolo a buscar más oro a punta de golpes.
El pobre Shiro no pudo aguantar más, deteniéndose por un pequeño momento a la sombra de un árbol mientras temblaba por las heridas recibidas. Al verlo allí tan quieto, el vecino pensó que debía de haber oro allí, pero al cavar, se dio cuenta de que solo había basura. Furioso, el hombre tomó a Shiro y comenzó a golpearlo, hasta llevarlo a la muerte, pues que, si no podía conseguir más oro, entonces no valdría nada.
Al caer la noche al fin volvió el vecino, a lo que la pareja los recibió, y preguntó por el paradero de Shiro. Curiosamente, a pesar de la mente fría que mantuvo durante el asesinato, terminó por aceptar rápidamente la culpa, cosa que los ancianos dejaron pasar gracias al arrepentimiento.
La pareja se vio en la obligación de ir al bosque a buscar los restos de su mascota, para así hacerle un entierro digno. Poco después de hacer esto, la tumba quedó cubierta por el gran árbol que había empezado a crecer luego del entierro. Este árbol, sin ninguna razón aparente, calló un día, dejando desconcertados a la pareja, quienes terminaron por usar su madera para hacer varios utensilios, como un mortero.
Con este nuevo utensilio decidió preparar un poco de mochi, siendo este el favorito de su esposa, pero mientras machacaba los ingredientes, se dio cuenta de que estos empezaban a dorarse, hasta convertirse en oro. El anciano profundamente agradecido volvió a repartir el oro con el resto de los aldeanos, mejorando la vida de todos.
Nuevamente, los codiciosos vecinos querían arrebatarles el oro, por lo que tomaron este mortero para ellos. Al usarlo, se dieron cuenta de que ya no salía ningún oro, sino una especie de barro oscuro, por lo que, otra vez enfadados, quemaron el mortero.
Cuando los ancianos se enteraron fueron a buscar las cenizas del objeto, para colocarlo en una pequeña canasta, pero al pasar por cerca del bosque, algunas de estas cenizas fueron llevadas por el viento, haciendo florecer los árboles antes de tiempo. Los nobles se dieron cuenta de este, así que mandaron a llamar a este anciano, para que hiciera lo mismo en sus hogares a cambio de grandes recompensas.
El señor feudal se encontraba tan feliz con lo ocurrido, que le concedió al anciano el nombre de Hanasaka Jijii, que significa, el hombre que hace florecer los árboles. Al enterarse el vecino, tomó las cenizas restantes para poder hacerse pasar por el verdadero portador de las cenizas, pero al estar frente a su señor feudal, y lanzar las cenizas, en vez de hacer crecer los árboles, estas entraron en los ojos del noble dejándolo ciego.
Comentarios (No)